sábado, 3 de septiembre de 2011

Miedo y Asco en nuestra nueva morada.

Lo que vi al despertar fue la cara de Atajate que, con un gesto entre resignado y aburrido, me miraba fijamente a los ojos. Lo primero que pensé fue que debía de haber estado observandome todo el rato, esperando a que despertara, porque en cuanto abrí los párpados, me dijo: "tío, esto es un puto desierto". Me vinieron a la mente montañas y montañas de arena suave y ardiente, irisada de colores dorados, y algún que otro camello rondando por el paisaje. Nada más lejos de la realidad. Lo que me encontré al mirar por la ventanilla (junto a la que ahora me sentaba), fue lo que Atajate ha descrito anteriormente: una superficie cubierta de lo que parecía azúcar glas pisoteado por gigantescas hormigas hambrientas. Cuando el avión aterrizó finalmente, una especie de hobbit moro nos llevó en coche hasta el que será nuestra hogar hasta el final del curso: un cuchitril con el suelo de linóleo medio levantado y un par de camas a las que les hace falta una buena desparasitación. En cuanto llegué, volví a quedarme dormido (en el suelo, afortunadamente). Cuando me he despertado (estaba demasiado cansado como para hacerlo antes de las 19:00), con un dolor de cabeza impresionante, Atajate no estaba, pero me había echado encima dos pares de mantas de varios decímetros de grosor. Seguro que el pobre creía que me hacía un favor. Yo por lo pronto voy a quemar las mantas, o algo... Después estudiaré un poco la noche de Verokastan.

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